Continuamente leo y oigo (a veces incluso escucho) alertas sobre la paulatina pérdida de compresión lectora y eficacia expresiva de los jóvenes en edad escolar. Paradoja que se enfrenta a las sucesivas acciones de mejora sobre los sistemas educativos y la persistente renovación de modelos, supuestamente a mejor, aportando herramientas didácticas, estructuración de los programas y prolongación de la enseñanza obligatoria.
Y sin embargo todo ello parece naufragar lejos de sus objetivos. Reconozco que actualmente mi contacto directo con los niveles educativos inferiores se reduce a poco más que mi experiencia doméstica como padre de una alumna de primaria, pero sí puedo constatar que, en los niveles universitarios y aun postgrado, diplomados y licenciados, las destrezas lingüísticas presentan notables deficiencias.
Nada tiene de extraño: políticos, periodistas y otras voces públicas demuestran cotidianamente que el nivel social, cultural e incluso académico no suponen una panacea para un uso impecable del habla.
En no pocas ocasiones los mensajes apocalípticos culpan a los modos de nuestra sociedad, y muy específicamente a la tecnología: la televisión, Internet y los teléfonos móviles son para algunos los demonios que han de llevarnos a la perdición idiomática, al caos lingüístico, a una Sodoma y Gomorra donde la gramática degenera, la ortografía se pervierte y el vicio lingüístico se ha de tener por virtud. No puedo estar menos de acuerdo con tales argumentos, al menos en su versión maximalista y generalizadora, pero no venían estas reflexiones a eso.
La cuestión que me estaba planteando es ¿es realmente útil la enseñanza de la lengua?, o, con mayor concreción, ¿sirve el aprendizaje de las normas gramaticales, sintácticas y ortográficas para corregir y mejorar el manejo del idioma propio?
Permítanme traer algunas reflexiones ajenas sobre el particular:
“La gramática no sirve para enseñar a hablar y escribir correctamente la lengua propia, lo mismo que el estudio de la fisiología y de la acústica no enseñan a bailar, o que la mecánica no enseña a montar en bicicleta. Esto es de tal vulgaridad que avergüenza tener que escribirlo una y otra vez”, decía Américo Castro en “Lengua, enseñanza y literatura” en 1924.
No menos contundente fue el académico Alarcos Llorach cuando en 1997 se manifestaba así:
“A los niños hay que darles ciertas píldoras gramaticales –que puedan distinguir más o menos entre un sustantivo, un adjetivo y un verbo–, pero no abrumarles con más complicaciones y análisis, porque no los entienden. Hasta los 14 años, nadie reflexiona sobre la lengua que habla, y enseñar la teoría gramatical es inútil. Ya lo decía Rafael Lapesa refiriéndose a los árboles sintácticos de la gramática generativa: ‘Escobones, eso más que árboles parecen escobones’”.
“En vez de tanto análisis sintáctico, la escuela debería centrarse en la práctica de la lengua: leer, hablar y escribir bajo tutela y corrección. De la carencia de esa enseñanza práctica se deriva la general pobreza en el uso del lenguaje: la falta de claridad, la incapacidad para decir exactamente lo que uno quiere decir”.
Quiero, en este punto, volver a llamar la atención sobre la forma en que he planteado la pregunta:
En primer lugar me refiero a la lengua propia, no al aprendizaje de una lengua extranjera que normalmente se imparte en un entorno casi de laboratorio, protegido del ambiente cotidiano. Hay que recordar que cuando un niño comienza su etapa escolar ya domina su idioma materno con asombrosa perfección: frases completas y bien estructuradas, uso correcto de coordinación de género y número, muy aceptable empleo de formas y flexiones verbales, participios irregulares, preposiciones, adverbios y determinantes. Y eso siendo aún analfabeto. Enseñarle a hablar es como enseñarle a respirar.
Pero además distingo entre lo que puede llegar a abarcar la enseñanza de la Lengua en el sentido más amplio y lo que es la impartición del conocimiento normativo, en especial el gramatical. Pues, pese a la prolija referencia curricular a objetivos de capacidad de expresión oral y escrita y comprensión lectora, seamos sinceros, ¿qué cantidad de energía pedagógica se emplea en las aulas para ejercitar el dominio práctico y cotidiano de la lengua frente a la empleada en dictar sobre estructuras, componentes y otros aspectos de la teoría lingüística? Y a resultas de esto ¿cuánto peso en evaluación aporta la impresión subjetiva de cómo el alumno se expresa frente al fácilmente objetivable conocimiento de taxonomía de complementos, identificación de partículas, derivación, declinación verbal y demás zarandajas de libro?
Reitero que mi percepción del sistema es externa al mismo, pero no me tranquilizan algunas opiniones de profesionales que bregan cotidianamente con este aspecto de la enseñanza, y que suenan así:
Tenemos la impresión de que los esfuerzos de las sucesivas autoridades administrativas por renovar los enfoques metodológicos de la enseñanza de la Gramática han venido chocando frontalmente con la obsesión por gramatiquear –tan frecuente todavía en las aulas–, que ha terminado por convertir el estudio teórico de la Gramática en la única vía para acceder al conocimiento de la Lengua, anteponiéndolo al aprendizaje práctico de ésta. Y es ese aprendizaje práctico de la Lengua, en cambio, el que debe prevalecer, con preferencia al estudio teórico de la Gramática, de muy dudosa utilidad y de difícil asimilación por los escolares. (Fernando Carratalá, Febrero de 2002)
En los años correspondientes a la Primaria, el juego lingüístico y literario, la manipulación de enunciados, la resolución de problemas lingüísticos interesantes, la actividad metalingüística intensa aunque poco formalizada… todo ello ha de constituir la base para un posterior interés de los alumnos por los aspectos más formales de la lengua. Felipe Zayas “efezeta”, Febrero de 2006
Y no crean que reflejo aquí una inquietud que ataña solo a los educadores de lengua en el estado español, que en todas partes cuecen habas… o frijoles:
Al examinar el problema de la falta de capacidad de los alumnos en el dominio de la lengua nacional, se han señalado diversas causas: No es fácil hablar y escribir correctamente el español por su excesiva reglamentación gramatical. A ello se sumaron los programas de estudio metafísicos que se impusieron durante 20 años en la educación básica y el criterio equivocado sobre la gramática: Se ha pensado que la enseñanza de la gramática sirve para escribir y hablar con propiedad. Vicente Oria Razo (México), Mayo de 2009
Ante los cambios percibidos en la escuela y en la práctica estudiantil nos preguntamos: ¿Cómo se entiende la enseñanza de la Gramática Normativa en estos momentos?, ¿Es lo mismo enseñar lengua o enseñar lengua basada en la Gramática Normativa?, ¿Cuál es la tarea del docente y cuál la asignada a los estudiantes?, y ¿Cómo se podría trabajar la gramática en la escuela de hoy con tantas deficiencias de aplicación de las normas de uso?_José Daniel Martínez (Rep. Dominicana), Agosto de 2008
No pretendo, ni de lejos, poner por inane la formación en las reglas gramaticales, necesaria aunque solo fuera por dar a conocer a los educandos que, aunque el habla es intuitiva, no lo hacemos a tontas ni a locas, sino dentro de una estructura formal, y que la trasgresión a esta implica riesgo de pérdida de la función comunicativa. En este sentido cedo también la voz a quien defiende la perentoriedad de esta disciplina:
La experiencia docente demuestra que una práctica adecuada de las actividades de comprensión y producción textual, sobre todo escrita, no es aislable del conocimiento eficaz de la gramática, que requiere sus tiempos, sus ritmos y una planificación minuciosa. […] No comparto la fe en esa especie de correlación que a veces se establece entre el exceso de aprendizaje de conocimientos gramaticales y el déficit de la formación en las competencias lingüísticas fundamentales. Mi experiencia como docente es más bien la contraria: los alumnos (que casi siempre son alumnas) con mayor competencia en la comprensión lectora y en la producción verbal son los que más aprecian la formación gramatical y disfrutan con ella. Eduardo Larequi, Febrero de 2006
Pero sí tengo, para mí, que emplear la doctrina gramatical como eje de la enseñanza de la lengua y no como apoyo al conocimiento del lenguaje como herramienta básica de comunicación entre humanos produce el mismo resultado que enseñar en pizarra técnicas de lucha sin atender al ejercicio físico que robustezca la musculatura e incremente el dominio corporal del discípulo.
Ante este estado de cosas ¿qué soluciones pueden emplearse? Bueno, es fácil: basta con ponerle un cascabel al gato. Y disculpen la guasa, pero concedo que ni tengo cascabel que aportar ni, de tenerlo, sabría cómo enlazarlo al cuello de este felino problema.
Para empezar, el idioma es un fluido: si tratas de asirlo con las manos se escurrirá entre tus dedos; no hablemos ya de intentar atornillarlo al cráneo de un zagal. No existen técnicas didácticas estructuradas que permitan adquirir destrezas idiomáticas, salvo la conversación y la lectura continuada: el habla es, ante todo, un proceso imitativo, y sin ejemplo ni práctica no hay progreso posible; pero convertir las clases en peripatéticas sesiones de discurso o diálogo es, cuando menos, arriesgado, a tenor de la natural inmadurez del alumnado; y, respecto del forzamiento a la lectura, hay que hacerlo con un tiento exquisito, porque la reacción más previsible es el completo rechazo a la literatura nada más liberarse de la disciplina académica.
Y, por otro lado, los alumnos asumen, no del todo erróneamente, que su objetivo escolar se ha de ceñir a memorizar conceptos y términos cuya aplicación a lo cotidiano, a la vida real y posteriormente al entorno laboral, es poco menos que vano: nadie en su sano juicio se plantea mientras habla si en su conversación emplea la voz pasiva, el modo subjuntivo o un complemento predicativo del complemento directo. De hecho ni siquiera lo hacemos los que hemos perdido el juicio.
Para terminarlo de rematar, lengua y literatura es una de esas asignaturas ominosas, odiada y temida casi tanto como las matemáticas pero que además, y a diferencia de estas, no parece presentar un especial interés para los padres que no ven en ella ningún futuro profesional-económico rentable.
Quedo, en definitiva, sin aportar soluciones prácticas, tarea que tampoco me compete ni desde aquí tendría mayor eco. Debo suponer que las mismas han de emanar de las administraciones, en forma razonada, coherente y eficaz, contando con la profesionalidad de los docentes y la imprescindible implicación de las familias y el entorno social de los chicos (y en este sentido me comprometo a poner de mi parte, que ya lo hago a hurtadillas).
Con cierta sensación de impotencia, de nuevo la opinión de Eduardo Larequi me sirve ahora de conclusión:
El docente que sea capaz de poner en práctica un programa eficaz y coherente de formación gramatical, insertado de forma lógica y sin fisuras en las actividades de comprensión y producción textual, y adecuadamente graduado al discurrir de estas últimas, se merece un monumento (o al menos un aumento de sueldo). Es, quizás, el desafío más arduo de nuestra labor didáctica, y merecería todo el reconocimiento que los compañeros, y las administraciones educativas junto a ellos, pudieran darle.